Si, la muerte, porque también la
muerte es, o mejor, “era” parte de la vida
Porque ANTES
daba gusto morirte, yo diría que era una gozada, toda tu familia venía a verte,
incluso los hijos que estaban lejos, hasta de otros continentes venían, todos
te demostraban lo que te querían y lo que te necesitaban, aquí en la tierra (y
el interés por la herencia pasaba a un segundo plano). El médico del pueblo
venía todos los días a verte, aunque sea por los pastelitos de tu esposa, vieja
también. Hasta el cura venía a diario y te daba ánimos, te consolaba el dolor
físico diciéndote que te ibas a ir al cielo, y tú te lo creías, todos creíamos
en el cielo...
AHORA,
te mueres, sólo, en una UCI entre mil maquinas o en un “hospital-residencia”
frío, en la última habitación, donde incluso al último compañero de habitación
se lo llevaron, para que te mueras ¡solo! Un establecimiento donde tus hijos
rogaron para que no te dieran de alta, porque morirte en casa sería un
trastorno para tu familia. Una residencia muy limpia pero donde el cura solo
viene (cuando llega a tiempo) rápido, rápido a darte la extremaunción, es que
ya nadie le hace reverencias y además, él también está montado en el consumo.
Casi preferirías que no viniese, sus palabras ahora te suenan huecas y tu dolor
espiritual se hace casi tan intenso como el físico pues consiguieron que ya no
creyeras en el “Cielo”. La sociedad, el consumo o la misma Iglesia con su
inoperancia nos quitaron el Más Allá (todo hay que vivirlo aquí y ahora ¿para
qué procrear?, si además no hay “Más Allá”...), ¡han conseguido que no creamos
en el cielo!
Ahora, te queda un dolor intenso, cada
vez más intenso y solo quieres descansar y piensas en el caballo herido que le
pegan un tiro para que no sufra
O en el
mejor de los casos tus hijos, como signo de cariño, te convencen y de hecho te
buscan las mayores comodidades en... “¡una residencia!, con masajes y gimnasia
todos los días, papá, y ¡música de tus tiempos! además, estarás con todos los
de tu edad”, insisten...
Y tú accedes haciéndoles ver que te lo
crees...
Pero,
ANTES, más gozada aún, era nacer: Nacías cuando Dios y la naturaleza
querían. Y apenas nacías, tu madre se desesperaba por abrazarte, por darte el
pecho... Nacías en el calor del hogar, traías en tu sangre y luego en la leche
de tu madre todas las defensas contra las enfermedades de tu entorno. Era una
gozada, primero: qué suave cuando te ponía doña Catalina la comadrona en la
barriguita tibia de tu madre, luego mamá instintivamente te ponía en el pezón
“Que rico”, pensabas, y esto le ayudaba a ella porque, además del gran placer
de darte de mamar, su matriz, se contraía en segundos (más rápido que la mejor
oxitocina) y le prevenía la hemorragia, la anemia...
Hasta
la comadrona, doña Catalina, era como de la familia o Don Antonio el médico del
pueblo con su aspecto bonachón, expectante por si algo no marchaba bien. Y
apenas nacías alrededor se armaba un alboroto, qué alegría, todos querían
cogerte y te hacían carantoñas y te decían semejantes mentiras como “que
bonito”, aunque nacieras feo y arrugado como una pasa. Casi siempre la primera
que te cogía era la abuela, y ahora, cómo te alegras de que haya sido ella la
primera de la familia que te palpó, porque se convirtió por siempre en tu
aliada y defensora, aunque en ese momento quizá se pasó un poco, mira que solo
después de un rato llamar a tu padre, el pobre, que estaba esperando,
desesperado, afuera, junto con medio vecindario. Hasta en la calle había sido
un acontecimiento, y eso que fuiste el quinto de la familia.
AHORA,
llevan a tu madre a un hospital, la meten en una habitación fría, la ponen
patas arriba, le atan las piernas con correas, y si te demoras mucho en salir
(por que la comadrona tiene que volver a su casa), le meten a tu madre una
sustancia que hace que la matriz te apriete tanto que te parece que te va a
estallar el cerebro, dicen que se llama oxitocina* y que su abuso en realidad
es la causa de la mayoría de las cesáreas.
Luego,
ni bien has asomado, alguien te tira de tu cabecita, tan fuerte, que casi te
rompe el cuello, a veces, no te da tiempo ni a girarte siquiera para que te
salgan mejor los hombros, así que casi te fracturan la clavícula o te dejan
paralizado el brazo; después, te meten tubos por la nariz, hasta la garganta,
¡que susto!, casi se te para el corazón y la respiración (le llaman reflejo
vagal). Y cuando sales..., ni está la abuela, ni tus tíos, ni los vecinos,
muchas veces ni tu padre... solo hay personas, seguro buenas, pero extrañas a
tu alrededor...
* NOTA:
Con este simbolismo no queremos quitar valor ni mucho menos a las bondades
terapéuticas de los oxitócicos (que bien usados son verdaderos salvadores de
vidas), si no al peligro de su abuso. Ni tampoco generalizar al denunciar la
conducta excesivamente intervencionista de la medicina actual, pues es de
reconocer y felicitar algunos intentos de humanizar los partos incluso en los
grandes hospitales: “Roomin in”, presencia de los padres en el parto,
“mamá-canguro”, etc. En otras
palabras : “devolver” los partos a las parturientas y a sus familias, que
con la sofisticación de los hospitales los médicos les hemos “robado”
creyéndonos con la obligación de “intervenir” cuando nuestra primera obligación
en el parto es “asistir” a ese fenómeno
maravilloso que es el dar a luz la vida... (no hay mejor parto que el que desde
el principio cuenta con el calor humano de la familia) y solo en los partos
patológicos intervenir.
4 comentarios:
Excelente lectura. Lo Felicito Dr. Álvarez
Muy buena historia que disfraza una verdad absoluta, la verdad en que la medicina se esta deshumanizando cada vez mas... y no te olvides Oscar malacostumbranos mas seguido con mas de tus historias
No tengo palabras después de leer esto dr Hernan, cuanta emoción y cuanta verdad
Nanchi,te recuerdo como mi eterno amigo.
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