Por representar la vida de nuestra especie que en su vientre guarda la mujer, la menstruación podría ser un signo bello del feminismo.
Del
FEMINISMO con mayúsculas, no del feminismo denigrante, ese feminismo con
minúsculas que es la misma cosa que el machismo solo que más refinado, en su
afán de destruir a la mujer y con ella a la vida misma...
Mi enfermera
me llamó toda angustiada, que hoy no podía venir. Era la primera vez en dos
años que llevamos trabajando juntos, que iba a faltar. Y después de dudarlo
mucho, yo lo notaba, se atrevió a decírmelo
—
Doctor, es que...
es me ha venido la regla muy fuerte. Me duele la cabeza, el vientre, casi no me
puedo tener de pié, y...
—
Por favor no siga, estese tranquila— la corté—
tómese el tiempo que quiera, a mí no me puede dar ninguna explicación. ¡NO
quiero oírla!
A pesar de conocerme estoy seguro que se quedó pensando que estaba molesto
Antes de una
hora tenía un ramo de flores en la puerta de su casa y en algún lugar muy íntimo de su corazón de
mujer brotaba una lágrima de agradecimiento.
Y yo, por un
segundo, me sentí bien porque siquiera un poquito había tenido la oportunidad
de compensar mi vergüenza de pertenecer a una sociedad que actualmente, día a
día, le hace tanto daño a la mujer, mi compañera, mi hermana de especie, ¡por
Dios! ¡tanta injusticia!
Pero mi
vergüenza era más vergüenza todavía en mi caso, al preguntarme por qué seguía
sin hacer nada sabiendo yo la verdad. Y apreté los puños con un odio visceral,
al sistema, a las empresas, al feminismo y al machismo, al fin la misma cosa,
el mismo producto del demonio, como los políticos baratos, las religiones mal
concebidas, la industria, las multinacionales, el consumo.
Y es que en vez de tanta hipocresía, tanta
discriminación, en sueldos, en trato, haciéndoles “un favor” por un permiso
(como si los gerentes no fueran hijos de mujer), tenía que ser lo más normal
del mundo que una mujer, que todas las mujeres, cuando respetan su fisiología,
o mejor la vida misma, que es de todos, tengan derecho a vivir su menstruación
en paz, sin sacrificar ni un ápice, ni su personalidad, ni el don más precioso
del ser humano que a ellas les tocó guardar en su vientre, la vida misma.
Porque una
mujer tenga la menstruación nadie debería sentirse afectado, ni siquiera
opinar, ni negativamente, ensañándose con ella, ni positivamente mostrándose
“comprensivo”. Deberíamos simplemente dejarla hacer, a la mujer, uso del
verdadero pilar de lo que debe ser la justicia social, el respeto a la
naturaleza, a la vida.
Ah, y ahora,
para más INRI, acaba de llegar una paciente que me hace apretar los puños, de
cólera, de impotencia, más fuerte todavía, se trata de una campesina de 30
semanas de embarazo con fiebre y anémica, casi desmayada, que la acabo de
examinar y se niega a hacer reposo, y menos ir al hospital aludiendo que no
puede dejar de recoger naranjas, que si deja de trabajar la echarían de la
finca y entonces nadie de su casa comería, y por supuesto lo que menos quería
ahora era hacer uso de su permiso de maternidad, esas míseras seis semanas,
sagradas para cuando llegase su niño, poder dedicarse a él, a esa otra labor de mujer, ser madre
trabajadora...
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