jueves, 27 de diciembre de 2012

Cosas de Miguel Hernández, y mías...


Oscar Álvarez


No sabes, amor, qué compañero mío, en este viaje por la vida, se ha vuelto, Miguel Hernández, tanto, figúrate, que igual que él cantó alguna vez para mí, sí para mí, sus cosas, ahora le canto yo a él tantas cosas mías que se olvidó cantar, a pesar de las ganas, que estoy seguro, tenía de contarlas en canción, en poesía, además…

Hoy es domingo otra vez, otra vez el silencio de las horas, pasando por mi ventana:

cielo gris, en tierra blanca, niños grotescos jugando con la nieve.

Muchas cosas están pasando por mi corazón, tan lejos de su pueblo...

Harto está de llorar, agua salada de los ojos, harto del sudor de la frente, la fábrica, cansado, al llegar la noche, del cielo gris, en vez de estrellado como en la puna

Harto de estos niños sebosos, colorados en suelo blanco, frío. ¿Por qué no son morenos, porqué no en la arena ardiente o en los cerros, piececitos con callos, por qué

Tantas cosas, amor, para contarte sobre mi loco corazón, cuando te conozca, cuando me conozcas, cuando te enamore, amando mi tierra ardiente, también triste…

Es que mi cuerpo, como si fuera mi corazón, hoy está cansado, pero esta noche de domingo no fue del sudor amargo, fue de baile, porque lo he soltado y como en carnaval ha bailado, hasta que el sudor de su cansancio  se me mezcló con las lágrimas, ese sudor traicionero de mi corazón, suelto, llorando, ante ese niño, que me miraba, allá lejos, ese niño, dulce, con sonrisa blanca, en rostro moreno, poncho multicolor, allá en la puna, muy lejos... tan diferente de éstos, grotescos, jugando y bailando, sobre la blanca nieve…

Y mi legua paralizada en la contorción más difícil de su baile, aquella que pegada a la tierra haría girar todo mi cuerpo, toda mi alma, a la tierra y al universo entero

Lengua, lengua, lengua, lengua que calla, ojos llorones, corazón sin ritmo.

Sin más ritmo que el de la vida loca, aquella que llegó y se apoderó de mí, con sus mil sorpresas, alegres, dulces, dolorosas, tristes, tristes, tristes.

Tristes como novelas negras, tristes, hechas solo para mí, escritas en mis venas, en mi sangre, mía, como aquella que se me derramó una sola gota, una vez, con el pueblo, en el colmo del sufrimiento.

Oh, si pudiera dejar la lengua así, más tiempo suelta, bailando, músculo bailarín,

tubo de escape, eje de mi cuerpo, y yo girando como en una noria, si yo pudiera…

Y le tengo miedo al futuro, tan simple soy, y no puedo pensar todavía en el próximo minuto y lloro, y celo, si no quepo en el presente, sino sé de dónde vine, ni dónde ponerlo en los rincones de mi pecho ¿Cómo puedo viajar al próximo segundo de mi vida? Como viajabas tú, Miguel Hernández, sin ya ruborizarte, nunca más...

Con qué tristeza miro en las montañas, en la altura, su niñez de niño pobre, de pies de callo como la tierra, pura...

Pero, por Dios, que aún me hierve en la sangre, que  aún  aprieto los puños, y golpeo al mismísimo cielo, cuando lo veo al niño en el vientre de su madre, esa de los ojos tristes de mujer pobre, en su preñez, ojos con el amor dulce en su boca…

Pero igual que siempre me emociona, y solo atino a llorar con ella y con él, ese niño hermoso en sus entrañas… Y yo con él, en el llanto del niño, del futuro de la vida gris..

Está tan loco, y tan ciego, mi corazón, es que las lágrimas son espesas, no puede ver, ni a las estrellas, ni a ti, cuando llegues, amor, tengo miedo, ni a las estrellas que están allí, ni a los niños de mi pueblo que son parte mía…

Me hace temblar la injusticia. Me hace buscarte como refugio, mujer…

Cuando no puedo mirar al mundo sin ruborizarme siento su hambre,

Cuando tiemblo tanto a sus risas a sus carcajadas, de niño bueno, horrorizado,

Y, cuando las otras lenguas hablan, esas de padres sebosos, látigos y dinero verde, platos de lentejas, yo mudo, con mi nudo en la lengua...

Nudo de impotencia como castrado del valor que tanto tengo.

Y en el fondo, un pueblo, aún mirándome, con curiosidad, un pueblo igual que mis hijos, mirándome pasar con indiferencia, casi con desprecio, casi como diciendo, este es otro más, los conocemos tan bien, ni leche ni pan, ni siquiera seco, para la mesa

Hijos sin padres, pueblos sin hijos… ¡Oh!

Por qué en vez de lágrimas no aparece fuerza en mi cerebro, balas en mi fusil, filo en mi cuchillo, para romper sus cadenas, manos y puños en mi pecho para pelear por ellos, por mi pueblo…

¿Por qué simplemente como un niño, lloro? un niño que ya perdió el tiempo de justificarse como niño, hace tiempo, hace mucho tiempo...

¿Y el niño de sonrisa blanca en rostro moreno? ¿me lo comí? me volví ese niño seboso, colorado, jugando en la nieve, blanca, detrás de mi ventana... simplemente

Es qué la paz de mi pecho ¿nunca la encontraré? Es que el amor de mi pecho nunca se lo daré a mi pueblo como a una mujer? Es que el pueblo vendrá tarde, cuando ya no lo pueda palpar ni darle calor ni una semilla para sembrar niños morenos con sonrisas blancas… cuando ya sea “feliz” como los viejos en su esclerosis igual en los barracones, las chozas, solos, que con los manjares de la mesa rica, y los ojos vacíos, huecos ¿qué más da?

Ayúdame, mujer, cuando te encuentre, ayúdame a morir viviendo, y amándote a ti con locura y a mi pueblo y como Miguel Hernández, a esta vida bella...
 

FIN

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