Oscar Álvarez
No sabes, amor, qué compañero mío, en
este viaje por la vida, se ha vuelto, Miguel Hernández, tanto, figúrate, que
igual que él cantó alguna vez para mí, sí para mí, sus cosas, ahora le canto yo
a él tantas cosas mías que se olvidó cantar, a pesar de las ganas, que estoy
seguro, tenía de contarlas en canción, en poesía, además…
Hoy es domingo otra vez, otra vez el
silencio de las horas, pasando por mi ventana:
cielo gris, en tierra blanca, niños
grotescos jugando con la nieve.
Muchas cosas están pasando por mi
corazón, tan lejos de su pueblo...
Harto está de llorar, agua salada de
los ojos, harto del sudor de la frente, la fábrica, cansado, al llegar la
noche, del cielo gris, en vez de estrellado como en la puna
Harto de estos niños sebosos,
colorados en suelo blanco, frío. ¿Por qué no son morenos, porqué no en la arena
ardiente o en los cerros, piececitos con callos, por qué
Tantas cosas, amor, para contarte
sobre mi loco corazón, cuando te conozca, cuando me conozcas, cuando te
enamore, amando mi tierra ardiente, también triste…
Es que mi cuerpo, como si fuera mi
corazón, hoy está cansado, pero esta noche de domingo no fue del sudor amargo,
fue de baile, porque lo he soltado y como en carnaval ha bailado, hasta que el
sudor de su cansancio se me mezcló con
las lágrimas, ese sudor traicionero de mi corazón, suelto, llorando, ante ese
niño, que me miraba, allá lejos, ese niño, dulce, con sonrisa blanca, en rostro
moreno, poncho multicolor, allá en la puna, muy lejos... tan diferente de
éstos, grotescos, jugando y bailando, sobre la blanca nieve…
Y mi legua paralizada en la contorción
más difícil de su baile, aquella que pegada a la tierra haría girar todo mi
cuerpo, toda mi alma, a la tierra y al universo entero
Lengua, lengua, lengua, lengua que
calla, ojos llorones, corazón sin ritmo.
Sin más ritmo que el de la vida loca,
aquella que llegó y se apoderó de mí, con sus mil sorpresas, alegres, dulces,
dolorosas, tristes, tristes, tristes.
Tristes como novelas negras, tristes,
hechas solo para mí, escritas en mis venas, en mi sangre, mía, como aquella que
se me derramó una sola gota, una vez, con el pueblo, en el colmo del
sufrimiento.
Oh, si pudiera dejar la lengua así,
más tiempo suelta, bailando, músculo bailarín,
tubo de escape, eje de mi cuerpo, y yo
girando como en una noria, si yo pudiera…
Y le tengo miedo al futuro, tan simple
soy, y no puedo pensar todavía en el próximo minuto y lloro, y celo, si no
quepo en el presente, sino sé de dónde vine, ni dónde ponerlo en los rincones
de mi pecho ¿Cómo puedo viajar al próximo segundo de mi vida? Como viajabas tú,
Miguel Hernández, sin ya ruborizarte, nunca más...
Con qué tristeza miro en las montañas,
en la altura, su niñez de niño pobre, de pies de callo como la tierra, pura...
Pero, por Dios, que aún me hierve en
la sangre, que aún aprieto los puños, y golpeo al mismísimo
cielo, cuando lo veo al niño en el vientre de su madre, esa de los ojos tristes
de mujer pobre, en su preñez, ojos con el amor dulce en su boca…
Pero igual que siempre me emociona, y
solo atino a llorar con ella y con él, ese niño hermoso en sus entrañas… Y yo
con él, en el llanto del niño, del futuro de la vida gris..
Está tan loco, y tan ciego, mi
corazón, es que las lágrimas son espesas, no puede ver, ni a las estrellas, ni
a ti, cuando llegues, amor, tengo miedo, ni a las estrellas que están allí, ni
a los niños de mi pueblo que son parte mía…
Me hace temblar la injusticia. Me hace
buscarte como refugio, mujer…
Cuando no puedo mirar al mundo sin
ruborizarme siento su hambre,
Cuando tiemblo tanto a sus risas a sus
carcajadas, de niño bueno, horrorizado,
Y, cuando las otras lenguas hablan,
esas de padres sebosos, látigos y dinero verde, platos de lentejas, yo mudo,
con mi nudo en la lengua...
Nudo de impotencia como castrado del
valor que tanto tengo.
Y en el fondo, un pueblo, aún
mirándome, con curiosidad, un pueblo igual que mis hijos, mirándome pasar con
indiferencia, casi con desprecio, casi como diciendo, este es otro más, los
conocemos tan bien, ni leche ni pan, ni siquiera seco, para la mesa
Hijos sin padres, pueblos sin hijos…
¡Oh!
Por qué en vez de lágrimas no aparece
fuerza en mi cerebro, balas en mi fusil, filo en mi cuchillo, para romper sus
cadenas, manos y puños en mi pecho para pelear por ellos, por mi pueblo…
¿Por qué simplemente como un niño,
lloro? un niño que ya perdió el tiempo de justificarse como niño, hace tiempo,
hace mucho tiempo...
¿Y el niño de sonrisa blanca en rostro
moreno? ¿me lo comí? me volví ese niño seboso, colorado, jugando en la nieve,
blanca, detrás de mi ventana... simplemente
Es qué la paz de mi pecho ¿nunca la
encontraré? Es que el amor de mi pecho nunca se lo daré a mi pueblo como a una
mujer? Es que el pueblo vendrá tarde, cuando ya no lo pueda palpar ni darle
calor ni una semilla para sembrar niños morenos con sonrisas blancas… cuando ya
sea “feliz” como los viejos en su esclerosis igual en los barracones, las
chozas, solos, que con los manjares de la mesa rica, y los ojos vacíos, huecos
¿qué más da?
Ayúdame, mujer, cuando te encuentre,
ayúdame a morir viviendo, y amándote a ti con locura y a mi pueblo y como
Miguel Hernández, a esta vida bella...
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